giovedì 20 ottobre 2011

Grandezza e dignità

Per Costantino e tutti i tronisti e tutte le troiette cerebrolese che stanno dietro ai tronisti.
Per i calciatori che portano occhiali da sole enormi e ridicoli, si abbronzano sotto le lampade e in campo si pettitano e poi si gettano a terra gridando straziati se anche solo sfiorati.
Per tutti i giovani annoiati e sfigati, playstationizzati e mollaccioni e bamboccioni che affollano case e giardinetti e stuprano ogni memoria, rigettano ogni fatica, abbreviano e sopravvivono.

Lotterò fino all'impossibile e tornerò di fronte al toro, tornerò a vestirmi da torero perché così sta scritto nel mio mestiere.
Il toro mi ha fatto grande e mi ha permesso molti trionfi, il toro è la mia felicità: il toro mi ha dato questa cornata ma non conservo nessun rancore, per la professione e per il toro.

Per Costantino, i calciatori e gli sfigati sono la dignità quelle mani giunte, il coraggio di farsi spingere in carrozzina, la forza di parlare con quella mezza bocca ancora disponibile.
Di mostrarsi così, con quell'occhio cucito e quella faccia in paralisi.
E di dire queste cose.

Sono un'incondizionata stima e un commosso rispetto i sentimenti che ci travolgono in questo momento.
Fuerza Padilla.



6 commenti:

Franz ha detto...

QUANTO RISPETTO!!!

Angelo ha detto...

Un brivido nella schiena. Maestro anche di dignità!

Paolo Zanardo ha detto...

Grazie per l'omaggio che hai reso alla fortaleza del maestro Padilla.
Non ho nulla da aggiungere alle tue belle parole.
Ciao a tutti
Paolo

Anonimo ha detto...

volver a la cara del toro...
questo ci torna davvero in mezzo alle corna del toro, e non per una triste, singola apparizione... magari anche con una benda intonata al traje de luz.
Son stato felice di vederlo così, anche se un po' "tuerto", non nego che l'avevo dato per morto, o almeno molto più compromesso nel fisico e nell'animo, quella sera.
Lorenzo

Anonimo ha detto...

Te he visto, torero, sentado en una silla que se me antoja un trono por la vida, minutos antes de poner el pie fuera del hospital rumbo a una vida nueva que quiere ser la vida que tenías antes de aquel día. Ese día.

Te he visto con la cara partida, como regresaban los héroes de las batallas más duras. Con el pelo al ras, como vuelven los soldados de las trincheras.
Con la huella del dolor tatuada en la carne. Con el deseo en la boca, en el cuerpo: quiero volver a torear. La mano en el pecho, donde se guardan todos los tesoros, todos los secretos, las emociones, todo lo que se ama.

Te he visto y es como si nos hubiera sonreido el Dios que protege a los que se visten de luces. Convirtiendo un miércoles anonino de octubre en un domingo de resurrección anticipado. Porque ya se ha cumplido el milagro primero, el de la vida. Porque estás aquí, si hace unos días se nos antojaba casi imposible sobrevivir a ese día. Ese día en que miles de almas velamos al pie de tu cama donde lidiabas con el hierro más duro, acero quirúrgico, incertidumbre.

Te he visto de paisano, y te he visto más torero que nunca.

Te he visto y he creído con la fe limpia de los que creen, aunque sea largo el camino. Aunque tu rostro sea la verdad más descarnada del toreo. Porque los demás milagros vendrán por añadidura, si nunca supo la naturaleza ponerle freno a los ciclones, y tú tienes un ciclón en la sangre, en la voluntad, en esa fuerza que te emana por los poros que hace que en verdad los toreros seáis dioses con los pies en la tierra y la voluntad en el infinito.
Y nosotros estaremos ahí, sosteniendo tu lucha con esa consigna que ha cosido a todo el toreo por una vez en la vida mientras a tí te recomponían el precipicio en tu carne: fuerza Padilla. Fuerza, fuerza, fuerza torero.

Gracias, Juanjo, por el amor que demuestras por el toro, que tanto te ha dado y tan fuerte te ha pegado. Porque tu dolor es el dolor de todos los toreros. Gracias por esa integridad que debería hacer sonrojar a todos los mangantes, golfos y sinvergüenzas que se arriman a esto buscando sacar tajada, traficando sueños, pisando cabezas, rebanando alas.

Gracias, torero. Porque te he visto y te he reconocido en ese rostro tan delgado, en esas facciones endurecidas por el dolor. Ese rostro que, aún semiparalizado, será siempre la sonrisa del toreo, la cara más cierta del héroe. Nunca la cruz, torero. Nunca la cruz.

Gracias por tu vida. Por seguir en pie. Por los cojones que le echas a todo, siempre. Por emocionarnos como ahora me emocionas. Por tu esperanza, por tus ganas. Por no renunciar a tus sueños. Por insuflarnos vida, por dejarnos creer que los milagros existen.

Carlos Carli

Anonimo ha detto...

Essere uomini !!
Grande